Gerty MacDowell

mi ensayo sobre esta traducción está aquí. el texto original está aquí

 

Ven, Gerty gritó Cissy. Son los fuegos artificiales del bazar.

Pero Gerty se resistió. No tenía el menor interés de estar a su disposición. Si ellos podían correr dar vueltas como indecentes ella bien se podía quedar ahí y dijo que podía ver desde donde estaba sentada. Los ojos prendidos en ella hacían que hormigueara su pulso. Lo observó un momento, encontrando su mirada, y una luz la inundó. Una pasión fulminante ardía en ese rostro, pasión callada como tumba, y la había convertido en suya. Por fin se habían quedado solos sin gente que indagara o hiciera comentarios y supo que podía confiar en él hasta la muerte, inalterable, hombre intachable con inflexible honor a su disposición. Sus manos y cara trabajaban y un tremor la invadió. Se recostó para mirar dónde estaban los fuegos artificiales y agarró su rodilla para no caerse por mirar arriba y no había nadie que viera sólo él y cuando ella mostró todas sus hermosamente formadas piernas así, dúctiles suaves y delicadamente carnosas, y le pareció oír el jadear de su corazón, su ronco respirar, porque sabía de la pasión de un hombre como ése, de sangre caliente, porque Bertha Supple le había contado en secreto y le hizo jurar que nunca del caballero que se quedaba con ellos por eso de la congestión y la Cámara del Distrito que tenía fotos recortadas de periódicos de esasa bailarinas enfaldadas que saltaban piernialtas y le contó que solía hacer algo no muy bueno que te puedes imaginar a veces en la cama. Pero esto era completamente diferente de algo así porque había toda la diferencia porque casi podía sentirlo tomarle la cara y acercarla a la suya y el primer rápido tibio contacto de sus atractivos labios. Además había absolución mientras no hicieras lo otro antes del matrimonio y debería haber curas mujeres que entendieran sin que les contaras y Cissy Caffrey también tenía a veces ese ensoñado tipo de mirada ensoñada así que ella también, querida, y Winny Rippingham tan enloquecida con fotos de actores y además era por esa otra cosa que le estaba por venir.

Y Jack Caffrey gritó que vieran, había otro y ella se hizo para atrás y los portaligas eran azules para combinar a causa del trasparente y todos lo vieron y gritaron que mirara, mira ahí estaba y se hizo tan para atrás para ver los fuegos artificiales y algo raro volaba por el aire, algo suave de aquí a allá, oscuro. Y ella vio un cohete alargado subir por encima de los árboles, arriba, arriba y en el tenso silencio todos no podían respirar de la emoción mientras subía y subía y ella se tenía que echar más y más atrás para seguirlo, alto, alto, casi perdido de vista, y su cara estaba embebida de un divino, un rubor fascinante por el esfuerzo y él podía ver otras cosas, calzoneshainsook, la tela que acaricia la piel, mejor que esos pettiwiths corrientes, el verde, cuatro y once porque eran blancos y le dejó y ella vio y luego subió tanto que ya no se veía por un momento y a ella le temblaba cada parte del cuerpo por haberse hecho tan atrás el podía ver mucho más arriba de la rodilla ninguna mujer nunca ni en un columpio ni en el mar y no le daba pena ya él tampoco le daba mirar a esa falta de modestia así porque no podía resistir la vista de maravillosa revelación ofrecida a medias como esas bailarinas enfaldadas tan poca modestia frente a caballeros que miran y siguió mirando, mirando. Ella gustosa lo hubiera llamado con voz ahogada, le hubiera extendido sus blanquecinos brazos para que viniera, para sentir sus labios en su blanca frente el llamado del amor de una niña, un grito medio ahogado, arrebatado, ese grito que ha resonado por los tiempos y luego un fuego artificial saltó y bang estalló de la nada y O! y luego el cohete estalló y fue como un suspiro de O! y todos gritaron O! O! arrobados y salió en chorros de lluvia hilos de cabello dorado que se derramaron y ah! todo estrellitas verdes de rocío cayendo con dorados, O tan vivos! O tan suaves, dulces, suaves!

Luego todo se derritió como rocío en el aire gris: todo quedó en silencio. Ah! Lo miró mientras se enderezaba con rapidez, una miradita patética de protesta lastimera, de tímido reproche bajo el cual él se rubirzó como niña. Se apoyaba en la roca de atrás. Leopold Bloom (pues es él) se para en silencio, con la cabeza agachada frente a esos ojos inocentes. ¡Qué bestia había sido! ¿De nuevo? Un alma blanca y pura lo había llamado y él, vil, ¿cómo le respondió? Fue un patán de verdad. ¡Fue él! Pero había una reserva infinita de piedad en esos ojos, también para él un mundo lleno de perdón aunque se había perdido y había pecado y había errado. ¿Diría algo una niña? No, mil veces o. Era su secreto, de los dos nada más, solos en el crepúsculo que se escondía y no había nadie que supiera o a quien decirle excepto ese murcielaguito que voló tan suavemente por la tarde de aquí a allá y los murcielaguitos no acusan.

Cissy Caffrey chifló como niño en estadio de futbol para mostrar lo genial que era: y luego gritó:

¡Gerty! ¡Gerty! Ya nos vamos. Ven. Podemos ver desde más arriba.

Gerty tuvo una idea, un pequeño plan de amor. Metió la mano a su bolsillo del pañuelo y sacó el trapo y lo agitó como respuesta claro sin dejar que él y luego lo guardó. Tal vez está muy lejos para. Se paró. ¿La despedida? No. Se tenía que ir pero lo volvería a encontrar, ahí, y ella soñaría hasta entonces, mañana, con el sueño de anoche. Se enderezó. Sus almas se volvieron a unir en una última mirada y los ojos que habían llegado a su corazón, llenos de un extraño brillar, se fijaron arrobados en su dulce cara de flor. Le medio sonrió lánguidamente, una dulce sonrisa de perdón, una sonrisa al borde del llanto, y se separaron.

Lentamente y sin mirar atrás bajó por la playa irregular a Cissy, a Edy, a Jack y Tommy Caffrey, al bebito Boardman. Ahora estaba más oscuro y había piedras y pedazos de madera en la playa y algas resbalosas. Caminó con su peculiar dignidad callada, característica pero con cuidado y muy despacio porque Gerty MacDowell era…

¿Le aprietan las botas? No. ¡Es coja! O!

El señor Bloom la miró cojear. ¡Pobrecita!