Más allá de la empalizada

Para Claudia Lucotti y Luz Aurora Pimentel, dos maestras que me cambiaron la vida.

Margaret Atwood es mi escritora viva favorita. Esta aseveración, cuando uno se dedica a leer y escribir profesionalmente, suele repetirse con frecuencia o no usarse nunca. Yo soy de las que usan la frase a diestra y siniestra (a veces bajo el criterio “he leído más de cuatro libros de este autor” y otras “lo he leído poco pero es genial”). De Atwood conozco algunos cuentos y poemas, y aunque se ha consagrado como novelista nunca he leído su obra de largo aliento. Sin embargo, puedo asegurar que es una de mis escritoras vivas favoritas aunque para justificar esto sólo pueda decir que es la única escritora que sigo en Twitter[1].

A veces es difícil recordar cómo entró uno en contacto con un autor, pero en mi memoria está marcado el día que Atwood entró a mi vida: la clase de Inglés VI donde leímos “Happy Endings”, un cuento rarísimo donde en lugar de presentarnos una historia la autora nos presenta una serie de posibilidades, y que cerca del final contiene la frase “Remember, this is Canada. You'll still end up with A [A es el final tradicional, el “..y vivieron felices para siempre”]”. El maestro nos preguntó si habíamos leído literatura canadiense, y cuando todos nos quedamos en silencio nos dijo que quizá algún día entenderíamos el chiste.


Dos años después mi seminario de literatura postcolonial se convirtió en un semestre enfocado exclusivamente a la literatura canadiense, y estuve a punto de salirme después de la primera clase pensando que la buena literatura sólo ocurre en países con conflictos y que Canadá es sumamente aburrido, y a cada rato agradezco profundamente haberme quedado en el salón.

Canadá parece, visto desde México, un lugar muy lejano: cultura angloparlante, osos polares, nieve, miel de maple...como Estados Unidos sin Friends. Pero en realidad es un país muy afín a nosotros, aunque sea sólo por la posición geográfica. Tanto México como Canadá compiten con la presencia titánica de EEUU, y en ambos existe la influencia de la cultura norteamericana (en forma de productos, series, películas, música, libros...) que al mismo tiempo se pelea con la cultura propia: en los dos existe una constante negociación de representaciones. Canadá también tiene un inmenso problema con el idioma y la apropiación[2], un constante vaivén entre el inglés británico y el inglés estadounidense. En México hay un problema similar, aunque creo que no está a flor de piel: ¿cuál es el idioma propio, y cómo se comporta frente a la madre patria y a nuestros hermanos de lengua? Tenemos ortografía y usos gramaticales que sabemos muy nuestros, pero Canadá no tiene un inglés. Ellos forzosamente escogen entre el inglés de la colonia o el inglés de la potencia, y en ambos casos es una elección ajena. En cierto sentido, la identidad canadiense se construye como un contrapunto, una oposición a algo más.

Como México, Canadá también tiene a las culturas autóctonas, marginadas, que juegan un rol problemático en la concepción de la identidad nacional ya que, como aquí, casi nunca tienen voz.

La verdadera diferencia entre los dos países viene del proceso colonial: en México tenemos la malinche, la chingada, la violencia y la violación con los que cargamos en nuestra identidad. Canadá, al ser colonia inglesa de asentamiento, casi no tuvo mestizaje, y durante mucho tiempo tampoco tuvo asentamiento: el territorio fue utilizado como puente entre un océano y otro, tierra para indios y cazadores que se empezó a poblar lentamente con pequeños campamentos. El paisaje se ha convertido en el elemento clave de la cultura canadiense[3]. En el imaginario canadiense subyace la idea de que la naturaleza es inhóspita; ella está afuera y nosotros adentro del empalizado. Los animales, las tormentas, la nieve, la inclemencia son elementos cotidianos que generan a su vez la supervivencia como aspecto de la identidad.


En Canadá la teoría literaria se dedica a identificar qué es lo canadiense y apunta (además del conflicto con la representación y el idioma y el miedo a la naturaleza) al sentido del humor y la multiculturalidad. Sin embargo, lo más canadiense de todo es el postmodernism, una literatura explícitamente consciente de serlo. Implica un diálogo con las formas y las tradiciones, tanto literarias como históricas, y cuya función es poner a prueba los supuestos. Y es aquí donde entra “Happy Endings” con la subversión del cuento clásico, la autocrítica y el sentido del humor.

Y sin embargo escogí otro cuento, un cuento cortísimo que da nombre a un libro de cuentos cortísimos: “The Tent” y The Tent, una colección que reúne textos cuasialegóricos, reinvenciones de textos clásicos (aparecen Salomé, Ícaro y el pollito al que se le cayó encima el cielo) y un cuento de un gatito. Escogí “The Tent” porque desde que lo leí quedé fascinada.


Confieso que todo lo que sé de narratología (el estudio de los narradores y el papel que juegan en el texto, y junto con ellos sus homónimos los lectores) lo aprendí en el curso que la Dra. Luz Aurora Pimentel impartió en el 2009 en la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. Nos explicó los narradores extradiegéticos, intradiegéticos, puntos de focalización, grados de participación, y cuando llegó a las personas dijo “la narración en segunda persona me la salto porque muy pronto deja de apelar al lector. Empieza narrando al lector pero casi de inmediato empieza a narrar a alguien más, y pasa a funcionar como primera o tercera persona”[4].

El chiste de la segunda persona es que cuando nos dicen nos sentimos inmediatamente aludidos; por otro lado, tiene el inconveniente de que el narrador no sabe lo que ha hecho o hace el lector, y muy pronto dejamos de ser nosotros los que realizamos las acciones del texto y asumimos que el al que se refieren es sólo un personaje más.

Lo primero que vi en “The Tent” fue que, por arte de magia, esa segunda persona nunca deja de serlo: siempre te habla a ti y jamás se transforma en un personaje ajeno, y éste fue el reto que más me atrajo a la hora de traducir. En inglés la ambigüedad genérica es fácil ya que sólo sabemos si un personaje es hombre o mujer por los pronombres, y el lector tiene la libertad de construir al personaje con el género que prefiera. Cuando me enfrenté al cuento de Atwood tenía miedo de fijar algún género, ya que en español tanto los artículos como los adjetivos nos muestran si nos referimos a un masculino o un femenino; y por suerte sólo me encontré un adjetivo en todo el texto (que resolví con “evidente”, una de esas palabras que se puede usar para ambos) y ningún artículo.

Pero lo mejor de traducir este cuento fue poder meterme a las costuras de un fenómeno que quizá sea único en toda la historia de la literatura y ver cómo es que Atwood logró el truco de tener una segunda persona que se mantenga como verdadera segunda persona en todo el texto. Creo que una de las razones es por la brevedad del cuento: la segunda persona deja de ser el lector cuando hace algo que el lector no hizo, haría o hace, y el poco espacio en el que existe “The Tent” ayuda a que el personaje no se salga de control. Otra razón es que todo sucede en un espacio muy extraño (podría ser una distopía, ciencia ficción, una alegoría o simplemente un sueño) y el lugar indefinido así como las acciones del en lo que parece más una posibilidad que un paisaje real ayudan a que el lector no deje nunca de ser quien realiza las acciones.


El texto es impresionantemente canadiense en cuanto a la amenaza de la naturaleza, y en unos momentos la alegoría se concreta en el lago y nos muestra brevemente el paisaje del norte de nuestro continente. Pero sobre todo existe el postmodernism, la consciencia de la forma, el diálogo con la tradición, la puesta en evidencia de la escritura, y la subversión de todo lo que nos enseñaron en la escuela sobre lo que puede o no ser un cuento.


Los elementos teóricos aquí utilizados han sido rumiados durante varios años en el cerebro de la autora. Para una mejor comprensión de lo que es Canadá vista desde su crítica literaria, se puede consultar a Margaret Atwood (en Survival: A Thematic Guide to Canadian Literature), Northrop Frye (en su ensayo “Conclusion to a Literary History of Canada”), Linda Hutcheon (en The Canadian Postmodern. A study of Contemporary English-Canadian Fiction) y Magdalene Redecop (con el ensayo “Canadian Literary Criticism and the Idea of a National Literature”). Para narratología explicada por Luz Aurora Pimentel se puede consultar su reciente libro Constelaciones I.


[1]Añado que es una mujer encantadora, que retuitea de todo y me tiene muy al tanto de la política canadiense. Me ha contestado en dos ocasiones y a veces pienso en anunciarlo en mi currículum con mayúsculas y negritas como los mayores logros de mi vida académica.

[2]Aclaro que no me atrevo a meterme con el francés y la pelea nacionalista de ambos idiomas.

[3]Observemos las banderas. La nuestra tiene un mito azteca y la suya la hoja estilizada de un árbol característico.

[4]Disclaimer: esta transcripción está hecha de memoria cuatro años después de que se llevó a cabo el curso. Cualquier irregularidad es producto mío.