Reinventado a Homero

 

aquí mi traducción de un cuento homérico de Margaret Atwood. 

Una de las primeras materias que tuve en la carrera fue “Civilización Grecolatina”. Era los jueves y fue una de las mejores clases que tuve. La maestra que me asignaron el primer semestre, y a la que volví en el segundo, nos dio literatura griega y romana mezclada con historia y chistes para intentar acercarnos a los temas (preguntó, por ejemplo, a cuál de sus alumnas le atraería un toro blanco, o por qué no hacíamos huelgas como las protagonistas de Lisístrata para conseguir más ejemplares de Aristófanes). Cuando discutimos a Homero nos planteó una teoría muy interesante, probablemente polémica, y de la cual no dio fuentes ni postulantes. “La Ilíada”, dijo, “es militar y está escrita por un hombre. La Odisea, por otro lado, se refiere a temas puramente domésticos y está escrita por una mujer”. Los teóricos anónimos llaman a esta escritora “la hija de Homero” y sustentan sus teorías en las observaciones de la vida cotidiana a las que nos somete el narrador.

¿Qué hace una mujer metida en la Odisea? Más allá de la teoría, descabellada o no, de que la obra haya sido compuesta por una mujer, esta pregunta va a lo obvio: ¿a qué se dedican las mujeres en la Odisea, o mejor aún, en el ciclo troyano? Las esposas como Helena o Clitemnestra asesinan a sus esposos, las madres como Tetis cuidan a sus hijos, y las diosas juegan a ser madres e interceden por sus protegidos. Quizá de todas las obras del ciclo la Odisea sea la más incluyente, pues tenemos viejas sirvientas y esposas buenas, además de diosas y amantes mágicas.

 

La Odisea es una de las madres de la literatura occidental, leída y reinterpretada desde hace dos mil quinientos años. Margaret Atwood, prolífica escritora canadiense que es canadiense (aquí debería ir el link a mi otro artículo) hasta el límite, ha sido una de esas intérpretes. El postmodernismo en el que se inscribe Atwood (entendido aquí como el que postula Linda Hutcheon) habla de la reinvención: la literatura ahora está muy consciente de ser literatura al mismo tiempo que toma y retoma (poniendo así en evidencia la reinvención) elementos de la historia y del canon literario. Atwood se adueñó del ciclo troyano en varias ocasiones, como lo hizo con la historia canadiense y su propia historia, o incluso como lo hace con otras narrativas clásicas (cuentos de hadas y bíblicos).

En el 2005 Atwood publicó Penelopeid, una novela corta con el punto de vista de la esposa de Odiseo. Aquí recojo a otras dos mujeres con otros dos géneros: Helena en un cuento y Circe en una serie de poemas. En “It’s Not Easy Being Half Divine” Atwood agarró a la famosa Helena de Troya, la cara capaz de invocar mil barcos, y la trasladó a un pueblo en la América angloparlante donde Helena no es más que una niña bonita pero ridícula. Los hombres aparecen mencionados, más como herramientas para impulsar la trama que como personajes sustanciosos, y el cuento avanza gracias a Helena y la narradora (aunque también destellan brevemente las madres de ambas). Helena deja de ser heroica y trágica, pero gana personalidad y profundidad, además de agentividad: no es una hermosa dama cuyo destino depende de cuál manzana escogió Paris, sino una chica que utiliza su belleza para salir adelante y escapar de una familia disfuncional en un pueblo perdido. Una de las características más admirables de Atwood es el humor, que en este cuento se manifiesta por la reducción al absurdo del ovum homérico: mientras la Ilíada empieza en el noveno año de la Guerra de Troya (el término retórico es in medias res, a la mitad de las cosas), Atwood decide enfocarse en el inicio (ad ovum o desde el huevo), pero no en el inicio clásico que nos lleva hasta Paris, el príncipe troyano reducido a un simple pastor que decide que Afrodita es la diosa más bella y a cambio recibe el amor de la mujer más hermosa del mundo, quien a su vez está casada con un rey griego y cuando huye con Paris hace que comience la guerra. El ovum atwoodiano se centra en la vida de Helena y termina con un golpe de genialidad, hipertextualidad y humor: la narradora del cuento predice que lo que pasará cuando el primer esposo de Helena la vaya a buscar “se va a poner bueno”.

Por otro lado tenemos Circe/Poemas del lodo, una reescritura similar a la que Atwood hace de Penélope. En la Odisea Ulises y sus hombres llegan a la isla de Circe, quien transforma a la tripulación en cerdos y hace del comandante su compañero por un año. Cuando él se va ella le da vino, comida, e instrucciones para volver a casa, y deja la narrativa para siempre. La escritora imagina una textura y profundidad que explora con los poemas: Circe deja de ser terrible, manipuladora, mágica. Se convierte en otra mujer enamorada: Hay tantas cosas que quiero / que tengas. Éste es mío, este / árbol, te doy su nombre. El personaje aparece con toda la fuerza que a Homero (o a su hija) no le interesó darle en la narrativa original: es el dolor de la entrega total. Atwood reinventa el mito, pues no es ella quien tenía el control sino él, siempre él. El poema se desarrolla en los silencios entre frase y frase: en la resignación de lo no dicho. Atwood maneja magistralmente la tradición, pues es nuestro conocimiento el que llena los instersticios de significados. Para descifrar los poemas el lector necesita el título y un conocimiento básico de mitología, pues en ningún lado menciona a Odiseo, y el propio nombre de la protagonista no se repite fuera del título.

Quizá la pregunta más importante es si en ambos casos se podría prescindir de la mitología, del hipertexto, del guiño a la tradición. La virtud de los textos es que ambos funcionan aún si no participamos en el juego de las referencias, pero creo que ambos adquieren una profundidad impresionante cuando decidimos seguir las reglas. Atwood logra cambiar la posición de la cámara para que veamos todo lo que sucede tras bambalinas, en los vestidores de las mujeres olvidadas por los textos. Incluso las mujeres modernas del Ulises de Joyce tienen tan poca agentividad como sus homónimas griegas, pues funcionan como receptáculos de las pasiones de los hombres de la novela de la misma manera que lo hicieron Penélope, Circe, Calipso, Clitemnestra y Helena hace dos mil quinientos años. Margaret Atwood le da forma y profundidad a algunas de las mujeres del ciclo, y creo que lo hace tan bien que la hija de Homero estaría orgullosa.