Kiplinguesco

Este documento recoge la declaración hecha en el cuartel de policía de Sadar, Agra, el día 19 del presente mes por el señor T— con respecto al caso del equipaje del mismo. El documento puede presentar algunas irregularidades a causa de la falta de experiencia de los oficiales de dicho cuartel.

 

Se acercaba el final de mi estancia en la India y tenía que reportarme en Agra, a doscientos diez kilómetros de Delhi, a donde había vuelto después de un largo viaje por el norte del país. Terminaba el mes de marzo y las colinas se comenzaban a llenar de gente que intentaba escapar del calor del sur.

Los que ya llevaban varias temporadas en el subcontinente aseguraban que el invierno se había prolongado más que de costumbre, y aún se sentía el viento helado y era imposible salir de noche por la niebla calina. Me advirtieron que todos los trenes estaban retrasados, pues avanzar en esas densas noches blancas se vuelve muy peligroso, pero una enfermedad me obligó a dar por terminado mi viaje y tuve que volver al centro del país.

Aunque en las noches refrescaba ya se podía adivinar el verano. Poco a poco se me quitaba el frío padecido en las faldas del Himalaya, que se instala  en los huesos del viajero. Mi plan original había sido avanzar lentamente hacia Kashmir y ser uno de los primeros en cruzar cuando se abriera el paso de hielo entre las montañas. Aunque antes de partir al norte me habían advertido de las bajas temperaturas de esa parte del mundo, después de meses con el calor del subcontinente me rehusé a creer que el frío existiera. El clima y mi falta de preparación exacerbaron mi enfermedad y me vi obligado a volver lo antes posible. Ahora era demasiado tarde para trasladarse al sur, pues las lluvias habrían de iniciar pronto. Decidí volver a casa lo antes posible y después de una breve estancia en Delhi hice reservaciones para salir esa tarde rumbo a Agra en el tren de las cinco.

 

Diez minutos después de la hora prevista anunciaron el retraso del tren. Llegaría a las seis. Era un tren de tercera clase y naturalmente yo era el único blanco en la plataforma, quizá en toda la estación. La gente comenzó a dispersarse y entre los vestigios de la multitud un hombre con un traje occidental impecable se me acercó seguido por un coolie que cargaba su equipaje. Mientras me tocaba el hombro me dijo con una pronunciación casi perfecta del inglés:

—El tren va a tardar un par de horas. ¿Por qué no me acompaña por algo de comer?

—¿No llegará en una hora? En el norte nunca llegaron mucho más tarde de lo anunciado.

 

Ni siquiera los últimos meses habían logrado extinguir mi pasión por la aventura y accedí  a acompañarlo. Se dirigó al coolie en un idioma que yo, a pesar de mi largo viaje, no pude reconocer, y el sirviente me quitó la maleta gastada de las manos. Él permanecería con nuestras cosas en la plataforma, y en cuanto anunciaran la llegada de nuestro tren mandaría a alguien a buscarnos. Mi compañero insitía que era inútil esperar en la estación sucia y ahora desierta, y que había tiempo suficiente. Me tomó del brazó y me guió hasta la salida mientras yo me volvía para ver al hombrecillo cargado de maletas, cada una reluciente excepto por el cuero gastado que encerraba todas mis pertenencias.

Por el aspecto del hombre y su inglés impecable pensé que iríamos a comer a Cannaught Place, el antiguo centro de la Delhi colonial, pero en lugar de eso nos adentramos entre las tiendas del bazaar que se extendía junto a la estación: puestos de joyas y piedras preciosas —son falsas, me dijo— y de seda —de pésima calidad—. Él cada vez contrastaba más con la gente. Por fin llegamos a un restaurante casi a las orillas del mercado. Todo estaba en hindi y por los precios supe que era únicamente para los que trabajaban por ahí.

Desde que el hombre se me acercó en la estación supe que me quería confesar algo: ser un pardeshi se presta a que la gente cuente intimidades que no le puede decir a cualquiera. Supongo que es porque hablamos en un idioma diferente que la gente a su alrededor no entiende, o tal vez sea porque no volverán a verme.

A pesar del calor el hombre pidió dos tés y comenzó a hablar.

—Sé que pudo parecerle un poco extraño, pero desde que lo vi supe que usted era el indicado. No se lo podría contar a otro indio y nunca he tenido el valor para decírselo a nadie, ni siquiera para escribirlo. Es la primera vez que cuento esto.

 

La cara del hombre había cambiado: la dignidad solemne se había derrumbado poco a poco mientras hablaba y ahora miraba al vacío. Decidí que no me podría decir nada demasiado grave. Después de todo, los indios son gente muy sumisa, subyugados por siglos de dominio y de religión. Las cosas que me contaban siempre resultaban ser en el fondo poco interesantes, y sus grandes secretos no merecían ser si quiera recordados, pero sentía que les hacía un gran favor al escucharlos.

—Verá, yo soy un hombre muy malo —las palabras eran casi inaudibles. Carraspeó—. Disculpe la interrupción. No debí haberlo molestado. Pero necesito un consejo. En fin. Mejor váyase, no pierda el tren.

Afuera la gente gritaba en hindi, y adentro se podía escuchar el aceite listo para freír las somosas que pudiéramos ordenar. No había nadie más que nosotros. Después de unos minutos del silencio de mi interlocutor, me paré.

—Bueno, muchas gracias por el té —hice un gesto hacia el vaso aún lleno— creo que ni siquiera sé su nombre.

Cuando le di la espalda escuché su voz:

—Mi nombre es lo de menos. El único nombre que importa es el de ella: Anushka —miré al hombre, cuya cara estaba ahora enterrada en sus manos, y luego a mi reloj. Eran las cinco y veinte. Volví a la mesa—. Anushka. Quizá haya algo de mi historia que le interese.

”Verá, yo hace mucho que no viajo en tren. Ocho años, para ser preciso. La última vez que lo hice no era un trayecto largo. En el mismo compartimento iba una señora con su hija. Yo inmediatamente quedé prendido de la niña, pero como es correcto sólo entablé una conversación con la madre. Vivía en la misma ciudad que yo y al despedirnos me pidió que siguiera en contacto con ella.

”Poco a poco comenzamos a forjar una amistad. Por su puesto que yo no iba a su casa, pero nos veíamos en lugares públicos. Quizá usted ha estado suficiente tiempo aquí como para comprender lo que eso significa, pero yo creía que sólo a través de la madre podría acercarme a los ojos grandes y manos delicadas de la hija. No me mire con tanto asco, por favor. Recuerde que aquí es muy común que las niñas se casen antes de los quince años.

”Inmediatamente me di cuenta que era una mujer rica, pues siempre nos veíamos en lugares donde su chofer la pudiera llevar pero no observarla, y ella siempre pagaba la cuenta a pesar de mis insistencias.”

 

Acerqué una mano con cuidado al pequeño vaso de vidrio que tenía en frente y comprobé que ya lo podía tomar, mientras que el de mi compañero permanecía intacto. Podía imaginar a la niña sentada en la mesa frente a mí: sus ojos se agrandaban mientras él proseguía la historia.

—Un día, cuando alargó el brazo para pagar, noté un moretón. Comenzó a llorar y a contármelo todo: su esposo la maltrataba. Aunque ella sabía que era su deber soportar los abusos de su marido, quería separarse.

”Yo me levanté indignado y juré que nunca más la vería. Pero ella buscó la manera de encontrarme, y cuando regresé de un viaje me invitó por primera vez a su casa. Su marido no estaba y me rogó que me quedara con ella. Me dijo que podría ofrecerme algún trabajo administrando las propiedades de la familia.

”Esa noche volví a mi casa sabiendo que a partir de ese momento la hija de Anushka estaba fuera de mi alcance. Con los años y mi cuidado la propiedad fue creciendo, y yo crecí con ella. Pude comprar una casa, contratar sirvientes, empezar a usar trajes occidentales. Me gané la confianza del esposo de Anushka mientras ella seguía insistiendo en dejarlo y casarse conmigo.

”Quizá usted sospecha que lo que se interpuso entre nosotros fue la religión, o que ella sea mayor que yo, y no estaría equivocado. Pero la verdadera razón por la que yo nunca accedí a sus peticiones fue por mi familia. En los cuatro años que llevaba viendo a Anushka mi hermana menor, gracias a la dote que pude darle, se casó y tuvo dos hijos. Por respeto a ella nunca podría casarme con alguien que estuviera en las mismas condiciones.

 

El hombre por primera vez pareció notar su té. Llamó al mozo para exigir que le cambiaran el vaso helado por uno nuevo, y en cuanto llegó lo tomó de un trago. Pidió dos más.

—El esposo de Anushka, por supuesto, siguió maltratándola. Hasta donde sé nunca agredió a la niña, que ya era una señorita. Mi relación con su madre siguió hasta que ella decidió que ya no podía soportarlo. Pidió el divorcio.

”En cuanto me enteré de lo ocurrido pedí una audiencia con la señora de la casa y le expliqué que nunca me casaría con ella, luego me fui. Unos días después supe que estaba en el hospital porque se había intentado suicidar. ‘¿Sabes en lo que me conviertes si no te casas conmigo?’ me preguntó entre sollozos en la habitación blanca.

”Al final le dije que siguiera con los trámites y le aseguré que nos casaríamos. Pero para salvar su vida habían tenido que operarla. Ella tenía cuarenta y cinco años ahora y los doctores…discúlpeme, pero no puedo ser tan indiscreto”

El hombre me miró por primera vez desde que comenzó su historia, y casi sonrojado continuó:

 —Cuando terminaron los trámites del divorcio me confesó lo que había pasado y me anunció que ya no podía tener más hijos. Yo ya tenía treinta años. Anushka me dio la noticia entre sollozos.

”El esposo se volvió a casar con alguien de la edad de su hija. Ya tiene una nueva familia, y para no perjudicar a sus herederos decidió casar a la niña con uno de sus empleados. Ella ahora vive como si fuera la sirvienta en la propia casa donde creció. Anushka vive con su madre, una mujer ciega, y casi no ve a su hija. Viven del poco dinero que les puedo mandar. Naturalmente yo tuve que dejar aquel cómodo puesto y salir sin recomendación alguna.

 

El hombre se quedó en silencio y empezó a tomar el té a sorbos. Lo miré con detenimiento. ¿Cómo era posible que ese hombre tan bien vestido hiciera alarde de tener poco dinero? Pareció adivinar lo que pensaba.

—Muchas gracias por escucharme. Ahora debe irse o perderá el tren que, como sospechaba, querido amigo, partirá a la hora anunciada.

—¿Y usted?

—Yo he decidido nunca más subirme a uno.

 

Cuando vi la hora faltaban cinco minutos para las seis. Corrí a la estación y encontré el tren, que ya tocaba el último silbato. No me molesté en buscar al coolie con mi maleta, pues sabía que no estaba.