Araña

Miro a Daniel mirando a Abril y sé que nunca me va a ver así, con esos ojos. Los miro desde ahora, desde aquí, desde mi computadora en Facebook. Ellos están en una boda       —¿hace dos, tres años? ¿el año pasado, hace dos meses?— y se miran. Él está enamorado de ella, ella de él.

Y ahora ella ya no está, o no por ahora. Daniel le dijo que ya no la deseaba y ella se metió con otro. Entonces Daniel me cuenta por la computadora que le duele la espalda por dormir en el sillón.

—¿Y por qué no cortan?

—Porque al principio había mucho cariño.

 

Abril está en Chihuahua y él me desnuda en la sala, me dice que ha pensado en mis nalgas durante cuatro años, me invita —me ruega— que vayamos a su cama.

Su gata, dice, me quiere. Se me acerca, no me araña, juega conmigo y yo le pido a Daniel que cierre la puerta del cuarto porque soy alérgica.

Me besa, me pide, me acaricia, me pregunta si sé que soy muy sexy, y desde arriba cada cierto tiempo se detiene para decirme que estoy bellísima.

La gata maúlla afuera para que la dejemos entrar, pero mis ojos están llorosos y no se puede.

 

Por teléfono —todos los días, tres y cuatro horas— hablamos y él regaña a la gata y me da tanta ternura que sé que me podría casar con él.

 

Beso el rasguño largo que tienen en el abdomen por donde le quitaron de a cachitos el páncreas, y la gata enojada empieza a arañar el sillón. Lo miro desde arriba, enamorada como idiota, y sé que aunque ahora me desee nunca me va a mirar como a Abril cuando estaba enamorado.