La tienda

("The Tent", de Margaret Atwood. el texto original está aquí.)

Estás en una tienda de campaña. Afuera es inmenso y frío: muy inmenso, muy frío. Es un páramo que aúlla. Hay rocas, y hielo y arena, y zanjas pantanosas en las que te hundirías sin dejar huella. También hay ruinas, muchas ruinas; y junto a las ruinas hay instrumentos musicales rotos, tinas viejas, huesos de extintos mamíferos terrestres, zapatos sin sus pies, partes de coches. Hay arbustos espinosos, árboles torcidos, ventarrones. Pero tú tienes una velita en tu tienda. Mantienes el calor.

Muchas cosas aúllan ahí afuera. Muchas personas aúllan. Algunas aúllan de tristeza porque sus seres queridos han muerto, otras aúllan triunfantes porque lograron que los seres queridos de sus enemigos murieran. Algunos aúllan para pedir auxilio, unos aúllan en venganza, otros aúllan clamando sangre. El ruido es ensordecedor.

También da miedo. Algunos aullidos provienen de cerca, de tu tienda donde te agazapas en silencio. Tienes miedo de que te pase algo, pero sobre todo de que le pase algo a tus seres queridos. Los quieres proteger, quieres meterlos a tu tienda para protegerlos.

El problema es que tu tuienda está hecha de papel. El papel no aisla. Sabes que debes escribir en las paredes, en esas paredes de papel, en tu tienda. Debes escribir de cabeza y al revés, debes cubrir cada pedacito con letras. Algo de lo que escribes debe describir el aullido de afuera, que se oye de día y de noche, entre las dunas y los bloques de hielo y las ruinas y los huesos y todo lo demás; debe decir la verdad sobre los aullidos, pero es difícil porque el papel no es transparente y no puedes dar la verdad exacta, y no quieres salir al páramo para presenciarla. Algo de lo que escribes tiene que ser sobre tus seres queridos y tu necesidad de protegerlos, pero esto también se dificulta porque no todos pueden oir los aullidos como tú: algunos creen que suena como un día de campo en el páramo, como una orquesta, como una fiesta en la playa, y no les gusta estar encerrados ahí contigo y tu vela y tu miedo y tu molesta obsesión caligráfica, una obsesión que para ellos no significa nada, e intentan escabullirse bajo las paredes de la tienda.

Esto no hace que dejes de escribir. Escribes como si la vida dependiera de ell: tu vida y la suya. Garabateas su forma de ser, sus características, sus hábitos, sus historias. Por supuesto cambias los nombres porque no quieres dejar evidencias ni quieres llamar la atención sobre tus seres queridos, algunos de los cuales ---comienzas a descubrir--- no son personas sino ciudades y paisajes, pueblos y lagos y ropa que antes usabas y cafeterías de la esquina y perros que se perdieron hace mucho. No quieres llamar a los aulladores, pero llegan de todos modos, como si siguieran tu rastro: las paredes de la tienda de papel son tan delgadas que se ve la luz de tu vela; se ve tu silueta, y tienen curiosidad poruqe podrías ser una presa, podrías ser algo para matar y celebrar con aullidos y luego comer de un modo y otro. Eres muy evidente, te has hecho muy evidente, te has delatado. Se acercan, se abarrotan: dejan de aullar para mirar, olfatear.

¿Por qué crees que tu escritura, esta grafomanía en una cueva endeble, este garabatear de atrás para adelante y de arriba a abajo por las paredes de lo que comienza a parecer una prisión, tiene la capacidad de proteger a alguien? De protegerte a ti también. Es una ilusión, la creencia que tus rayones son una especie de armadura, una especie de encantamiento, porque nadie conoce mejor que tú la fragilidad de tu tienda. Ya se escuchan los pies forrados de cuero, sus rasguños, respiración entrecortada. Entra el viento y la vela se cae, y un pedazo de la tienda se empieza a incendiar, y por el hoyo cada vez más grande ves los ojos de los aulladores, rojos y con el fulgor de tu refugio de papel en llamas, pero continuas escribiendo porque, ¿qué más puedes hacer?