Fallout // Repercusión

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Ayer llené un cuestionario en línea (el mismo, tres veces, una para cada agresor). El cuestionario es un intento de consolidar denuncias para poder articular todo el movimiento. Preguntan por qué no denuncié (en dos casos, porque sentía que yo tenía parte de la culpa de lo sucedido; en otro caso sí denuncié y no pasó absolutamente nada). Al final el cuestionario pregunta “¿Qué te gustaría que pasara con tu agresor?” y “¿Cómo te gustaría que te reparara el daño que te causó?”. Cuando llegué a esa parte, cada una de las veces, me inundó una especie de paz espiritual mezclada con alegría.

¿Qué me gustaría que pase? Quiero que José Luis Justes Amador deje de dar clases, porque ahorita está como zorro en el gallinero. Quiero que Bernardo Ruíz deje de ser Director de Publicaciones y Promoción Editorial en la UAM, porque es su última fuente del poder que tanto le gusta blandir. Quiero que el poeta hidalguense siga revolcándose en su pantano.

Desde el 2006, cuando Justes me hablaba de su novia, llevo enojada con ese fantasma que él me pintó. Hace tres días nos hicimos amigas en Twitter, y ya van dos noches que me duermo tarde por no parar de hablar con ella. De repente se me descubrió una amiga, una aliada. Si eso fuera lo único que gané de todo esto, sería suficiente.

Y eso es lo bonito del movimiento: algo que empezaste a pronunciar con miedo de repente se vuelve parte de una experiencia colectiva y entre nosotras nos ayudamos. Mucho de lo que me gustaría que pasara ya pasó, ya está pasando: solidaridad, denuncia, desahogo. Es sentir que tienes el poder de ayudar, que gracias a tu denuncia ninguna otra caerá inadvertida en sus garras, trampas, y telarañas. Como nos enseñó la serie Scandal, es mejor tomar el toro por los cuernos y ser una la que destapa los hechos dejar que se maceren los chismes. Ahora somos nosotras las que controlamos qué se dice y sobre quién se dice. Por primera vez logramos invertir los roles. Por primera vez decidimos ya no ser víctimas. Por primera vez tenemos eso que los hombres tanto nos niegan, poder.

 

Supuse que iba a tener problemas con la Fundación, y veo que los mismos becarios que fueron mis amigos, becarios que siguen en contacto y dan cursos y organizan talleres y publican y han salido adelante bajo la protección de la Fundación para las Letras Mexicanas, están hablando mal de mí. Me gustaría que Eduardo Langagne y el Licenciado Miguel Limón supieran que me fallaron, que me deberían haber defendido a mí y a las demás becarias, que un espacio como la Fundación no sirve de nada si no apoyan a todos sus becarios por igual. No los culpo por la misoginia de Bernardo Ruíz, pero sí por no haber intervenido a tiempo: legitimar al agresor es legitimar su agresión.

Los becarios, sobre todo los que se siguen beneficiando por haber estado en la Fundación, suelen empecinarse, defenderla a muerte. Se ha equiparado las denuncias con caerías de brujas; nunca se les ocurrió que podía ser al revés: no son los agresores, sino las denunciantes, las que terminamos en la hoguera.

Y si se vale soñar, querido cuestionario, me gustaría que esto no sucediera. Me gustaría que de un día para otro ya no hubiera cacicazgos ni listas negras. Me gustaría que me publiquen y me apoyen por buena escritora, no por ser amiga o pareja de alguien. Y sobre todo, que no pase lo que seguro va a pasarme: que no se cierren puertas sólo porque caíste mal, denunciaste, dijiste lo que resulta que no se dice.

* * *

Cuando una gran amiga habló de un agresor, nunca me imaginé que se refiriera al que fue su pareja. Lo quiero muchísimo, y me cuida, me quiere, cree en mí y en mi obra, me defiende. Si sigo escribiendo, tan a la deriva sin mi círculo de amigos que me publiquen o me inviten, es por él. Porque admiro lo que escribe y admiro su buen gusto, y si él cree que lo que escribo vale la pena sé que algo tiene de razón.

Y resultó que el agresor de mi amiga, era, precisamente, su ex-pareja.

He pasado cuatro días difíciles intentando compaginar los dos personajes: Raúl mi amigo y Raúl el agresor.

Mi amiga, por otro lado, es talentosísima. Es muy trabajadora, y ha sacado varios libros de ensayo además de ser poeta y trabajar de editora. Es generosa y destella amor, y cree en mí como pocos.

Y es muy difícil. Traducir lo que uno sabe a lo que uno siente lleva tiempo. que es un agresor, pero lo quiero. ¿Qué hacemos con todos los denunciados? ¿Cómo hacer para cuidar, apapachar, y apoyar a las víctimas si además estamos intentando resolver lo que estamos sintiendo con nuestros amigos agresores?

No creo en la moda actual del cancelled, de que se destapen las violaciones de Michael Jackson y dejen de pasar sus canciones en la radio y su capítulo de Los Simpsons en la tele. No podemos fingir que las cosas nunca pasaron y las personas nunca existieron. Charles Dickens maltrató psicológicamente a sus dos esposas, pero sigue siendo uno de mis escritores favoritos.

Creo que la censura es tóxica. Una vez escribí un ensayo sobre cómo una obra no es automáticamente mala por ser racista o machista, y sigo creyendo lo mismo. Pero quizá me faltó ir más lejos. No hay que censurar, no hay que cancelar, pero tampoco hay que olvidar. Hay que planearnos ante esa persona y ante esa obra de manera crítica, problematizar. Pero aunque no estoy a favor de la censura de obras culturales, sí creo que hay que castigar a los agresores. Legalmente, si se puede. Económicamente. Que dejen de tener espacios de poder.

Reconfiguremos el saco roto: pensemos en un saco con una malla, un saco cernidor que nos permita separar lo bueno de lo malo. Reconozcamos que Raúl puede ser un gran amigo, y seguir siendo un gran amigo, pero también es un agresor. Reconozcamos que en esta situación la que importa es ella, siempre ella, y no caigamos en la falacia de que si a mí no me agredió significa que es incapaz de agredir.

Nuestro saco no está roto: hay que cargar lo bueno y lo malo, problematizar lo que los gusta a la luz de lo que no nos gusta. De repente las dos esposas de David Copperfield esconden mucho más de lo que creíamos. Hay que decidir si podemos seguir siendo amigas del agresor de otra, y dilucidar por qué queremos seguir siendo amigos del agresor. Muy probablemente saquemos a muchas personas de nuestras vidas. Está bien. Es lo que hay que hacer, sobre todo si nos lastiman o hicieron algo imperdonable. Podemos despedirnos, hacer una especie de duelo, agradecerles los buenos recuerdos sin perdonarles los malos.

 

* * *

 

Hay varios hombres que me han preguntado qué pueden hacer.

No sé.

 

Pero les puedo decir qué quiero. Quiero que me dejen de preguntar si estoy bien. Ya pasó, ya lo digerí, ya lo procesé. Quiero un abrazo o un café, que me extiendan un apapacho por WhatsApp ahora que estoy lejos. No quiero que me pregunten más detalles, y sobre todo no quiero que insistan.

Quiero que nadie, nunca, me juzgue ni me pregunte por qué hice esas estupideces. Me ha llevado varios años entender que en todas las situaciones hice lo mejor que pude con la experiencia que tenía y en el estado emocional en el que estaba. Lo que conté no pasó de golpe: fueron días, incluso años, de desgaste, de cositas que no parecen tan graves en su momento, de eventos que no tienen sentido ni hilo cuando suceden.

Apoyen a sus amigas, pídanles instrucciones: difundan lo que quieran que difunden, callen lo que quieran que callen. No denuncien cosas sin autorización. No les pidan explicaciones cuando dicen que algo les da mala espina; no las obliguen a revivir lo sucedido; no les pregunten por qué renunciaron. Si les contamos algo, créannos. Nunca, nunca, defiendan a nuestro agresor, y menos diciendo “ay, pero si es tan buen tipo”.

Si quieren ser de los buenos es fácil: si no saben si una situación es acoso o coqueteo, simplemente pregúntennos. Dennos la oportunidad de decirles que no.

Pero sobre todo dejen de justificarse, de entrar a este espacio a la defensiva, de señalar que ustedes nunca hicieron eso o procuraron no hacer lo otro. Si quieren una guía paso a paso, les dejo una.

Les juro que estamos abrumadas. No nos obliguen, además, a expiar sus culpas.