#MeToo en tres (¿o cuatro?) partes: 1

 

I associate, rightly or wrongly, my marriage with the death of my father, in time.

Samuel Beckett, “First Love”

 

Mi abuelo era un gran amigo si uno era adulto: yo, como niña, siempre le caí mal. Luego, una llamada telefónica —la única que jamás hice por volición propia—, una larga conversación —la primera donde me trató como iguales—, y una promesa: le había dicho que me encantaba E. E. Cummings, y él me pidió que le tradujera algún poema.

Una semana después mi abuelo estaba en un coma del que ya nunca se despertó. Y yo, a mis recién cumplidos 18, me volvía loca con mi primer intento de traducción. En calidad de emergencia, sin saber ni siquiera traducir, le mandé el poema a alguien que tenía un blog de traducción. Yo buscaba una opinión. La respuesta fue “Me encantó....tu traducción de cummings. tanto que la subí hoy mismo. Un abrazo, José Luis Justes Amador.

A mis 18 años (o “añitos”, como diría siempre él) sentí muchas cosas: emoción porque alguien me publicara, y una semillita de algo más que no terminaría de entender hasta hace pocos años.

A esa, mi primera publicación, seguiría una traducción a dos manos publicada en una revista importante, más traducciones, posts, y después mis tímidos y primeros textos por mail. Si el blog que empecé ese año se llamaba Quiero ser escritora, el contacto con Justes fue el primer paso.

La muerte de mi abuelo, el asumirme como escritora, y el primer amor, todo en un solo paso, en un solo momento.

La relación, principalmente en línea, donde me contaba de su entonces novia (a la que él, orgulloso, “le estaba escribiendo la tesis”), las peleas con ellas y el final de la relación. Quizá no lo he mencionado, pero entonces él tenía 36.

Luego me enteraría de que esa ahora ex-novia lo estaba demandando por golpearla; mucho después me confesaría que estaba casado (como buen Opus Dei, “no cree en el divorcio”). La separación no vino hasta después de varios episodios de violencia física.

¿Y a mí? Me preguntó, a la ligera, si era virgen. Me habló de lo enamorado que estaba de la Venus de Botticelli. Me confesó que se daba vueltas en la sección de ropa interior de niñas, fingiendo que buscaba algo para alguna hija.

Nunca me golpeó. Probablemente se deba más a que, yo en el DF y él en Aguascalientes, casi no nos vimos. Pero publicaba mis cosas sin permiso, corregía mis textos sin que yo jamás se lo pidiera, se enojaba porque no le pedía consejos (¿o quizá era permiso lo que tenía que pedirle?) para solicitar becas o empezar una carrera de Letras Inglesas. Mi gusto literario, creía él, había que someterlo a comité. Admiraba a Harold Bloom, no sólo por su defensa empecinada del heteropatriarcado, sino también por (según él), tener una novia menor de edad.

En una de sus visitas al DF fuimos a comer con los editores que nos publicaron esa primera traducción. Yo había conseguido el regalo, un libro salido de un puesto de segunda mano en el centro y que sin duda les haría gracia a los anfitriones. Él firmó toda la página con su dedicatoria, sin dejarme ni una esquinita a mí. Una vez en la mesa, apenas me dejó espacio para decir dos palabras.

Y además racista: “no me gusta que me digan ‘Güicho’ porque suena a ‘Huichol’”; “yo no como frijoles porque son de indios”. Nuestro redentor de Zaragoza, que se cuelga de la superioridad malinchista que le brinda ser Español.

Muchos años después me darían arcadas al leer Lolita: su amor por Venus, sus críticas porque a él le gustaban “las flaquitas”, y muchos comportamientos más no son más que plagios descarados de Humbert Humbert.

 

Aunque yo terminé la relación, hemos seguido en contacto, a veces. Y me tomó años darme cuenta, articular, poner el dedo en la llaga. Años para saber que lo que yo creía fueron decisiones mías, o de ambos, eran en realidad manipulaciones de él. Darme cuenta de la verdadera violencia detrás del episodio del regalo, de las correcciones que nunca le pedí, de esa primera publicación sin pedir permiso.

Me tomó años de introspección poder reconocer lo sucedido, y todavía más tiempo para darme cuenta de que yo no tuve la culpa: el manipulador fue [es] él. El adulto era [es] él. El escritor y académico rancio y mediocre, incapaz de tolerar que sus parejas lo superen era [es] él.

La violencia y la culpa y la depredación fueron [son] de él.