Pérdida

En 2011 terminé el Ulises de James Joyce arriba de un avión, a marcha forzada, más para decir que lo leí que porque hubiera entendido algo—a pesar de que lo leí en una clase donde la maestra nos llevaba de la mano. De todos modos algo me atrapó, y durante unos años mi propio proyecto narrativo intentó seguir el de Joyce. Leer el Ulises es casi como leer un libro en otro idioma, o un texto escrito en alegorías—no es que uno lo lea tanto como que uno lo descifra y lo interpreta.

Hace cuatro años cuando empecé mi tradición de traducción bloomiana, descubrí un podcast de un señor irlandés que se había dado a la tarea de, precisamente, descifrar línea por línea el texto. Con frecuencia decía que la novela completa le iba a tomar veintidós años, pero que prometía no darse por vencido (aunque declaró que tampoco se iba a seguir con Finnegan’s Wake).

Hace dos años llevé a mi abuela a Irlanda porque yo tenía ganas de volver al país donde estuve dos días de adolescente y sin entender nada, y para que ella conociera, a sus 87 años, un país nuevo. La llevé, por supuesto, a la torre de Joyce, ahí donde situó el comienzo del Ulises, y para preparala para lo que resultó ser una peregrinación desde el tren urbano, la puse a leer mis textos de Bloomsday. De esa visita atarré una piedra –redonda, aplanada, negra y sumamente lisa—que ahora tengo en una especie de altar, junto a mi Ganesha, en mi escritorio. Este año, tres meses y dos días antes de Bloomsday, mi abuela se murió y me dejó un vacío indescriptible.

Ahora, junto al Ganesha, está su foto, y junto a ella una piedrita que le traje de Canadá con un alce pintado a mano para atraer strength, resilience, durability.

 

Cada año, decidí, escucharía un capítulo del Ulises en el podcast de Frank Delaney para celebrar Bloomsday. Con él me di cuenta de la verdadera complejidad del texto: hay que ser irlandés, católico y literato para entender a Joyce, porque en una oración mezcla política de la independencia irlandesa, frases oscurísimas de Milton, y rituales de los monaguillos en las misas. Mi maestra, a pesar de ser increíblemente inteligente y culta, estaba segura de que había una adivinanza de una zorra que no tenía respuesta. Cuando llegamos a ese momento el podcast, Delaney explicó que en realidad era un sinsentido típico irlandés.

Con él también aprendí que el Ulises es una novela sobre la pérdida, sobre cómo llega y se instala y nos va royendo de a poquito, carcomiéndonos el alma: Bloom y Molly, Bloom y su papá, y sobre todo Bloom y su hijito que murió casi al nacer. Por otro lado está Stephen, cuya madre acaba de morir, y la novela es la historia de cómo estos dos se encuentran en su dolor que ya no duele, pero que tampoco se puede olvidar.

Este año, cuando empecé el capítulo siete (“Eolo”) que transcurre en la imprenta, me disponía a reflexionar sobre la muerte como compañera cotidiana. Delaney decía en cada capítulo que aceptaba y agradecía nuestras donaciones, y cuando me fijé resulta que el capítulo más reciente se publicó en febrero. A veces los podcasts desaparecen y pensé que quizá ahora había sido por falta de recursos.

Cuando busqué “Frank Delaney” en Google, lo primero que leí fue died on Feb. 17, 2017.

Es un golpe al corazón, una pérdida que por alguna razón tiene que ver con la de mi abuela, una notica que me ha secado la boca y dejado sin aire. Es un golpe con el que no puedo, y el capítulo sigue ahí guardado, a medio escuchar.

Algo tiene de parecido: mi abuela, a la que veía por lo menos una vez a la semana, a quien le contaba de todo, que desde que nací vivió (sola) a pocas cuadras de mi casa, y este señor a quien escuchaba de lejos cada año. Quizá porque los dos me llegaban a desesperar. Quizá porque siempre tuve la certeza de que ambos me durarían otros veinte años.