Zorro

Feo e inútil: delgado cuello y pelo enmarañado y una mancha de tinta, una cama de caracol. Pero alguien lo había amado, lo había llevado en sus brazos y en su corazón. De no ser por ella la raza del mundo lo hubiera arrollado, un caracolito deshuesado aplastado. Ella había amado a esta débil sangre aguada que salió de la suya. ¿Entonces eso era real? ¿La única verdad en la vida? El cuerpo postrado de su madre el Columbano flamígero en santo fervor erguido. Ya no era más: el esqueleto tembloroso de una rama quemada, un olor de palo de rosas y cenizas mojadas. Lo había salvado de que lo arrollaran y se fue, a duras penas habiendo sido. Una pobre alma ida al cielo: y en un páramo bajo estrellas titilantes un zorro, hedor rojo de rapiña en su pelaje, con inclementes ojos brillantes rascó en la tierra, escuchó, rascó la tierra, escuchó, rascó y rascó.