¿Vamos a ver la nueva de Woody Allen?

¿Vamos a ver la nueva de Woody Allen?

Hace un par de meses una noticia hizo retumbar al mundo: Dylan Farrow, hija de Woody Allen, acusaba a su padre de haberla violado de pequeña. Yo no estaba en México y todo lo que supe fue a raíz de mi medio favorito: mi muro de Facebook. Todos hablaban de Woody Allen pero no sabía por qué, así que me puse a leer cada artículo que publicaban mis amigos. Básicamente, Farrow publicó un ensayo en el New York Times declarando que su padre la había violado de chica. Casi todo lo que leí se enfocaba en determinar si Allen era culpable o no: X, que dirigió un documental sobre él, hablaba de todas las falacias en el discurso de Farrow, mientras que Y insistía en las anomalías que rodearon al juicio original. A mí me recordó a un excelente artículo que leí algunos años antes alrededor del caso Polanski, y ponía en evidencia una falacia en la que el público cayó en ese momento: “Pobre Polanski”, parecía decir todo el Internet, “no merece estar exiliado”. El artículo señalaba que Polanski, queramos o no, cometió un crimen grave, perseguido y penado por la ley estadunidense, al violar a una niña de trece años. Se defendía al director por haber sufrido tragedias propias, haber recibido el “perdón” de la mujer a la que violó, y sobre todo por ser un director que nos gusta mucho. Al parecer creemos que si nos gusta lo que alguien hace le perdonamos cualquier falta.

El artículo más interesante que leí alrededor del caso de Woody Allen fue uno que señalaba el amor que los “hombres creativos” tienen por las menores de edad, desde Allen y Elvis hasta Charles Dickens. Era interesante porque en lugar de jugar a ser jurado del caso, la autora usaba la noticia para hablar de otros problemas dentro de la industria y poner en evidencia la gran cantidad de hombres famosos que aprovechan para tener relaciones, sentimentales y sexuales, con menores de edad. Aunque me gustó mucho no puedo estar de acuerdo con la última aseveración. Este otro texto terminaba diciendo “yo creo que debimos haber dejado de ver las películas de Woody Allen cuando se casó con su hijastra”. El prólogo que Oscar Wilde hizo a El retrato de Dorian Gray dice: “No hay tal cosa como un libro moral o inmoral. Los libros están bien escritos o mal escritos. Eso es todo.”. La primera vez que leí estas palabras me parecieron innecesarias: creía que ya habíamos superado eso de que sólo lo “moral” es buena literatura, y por eso me sorprendió tanto el artículo sobre los artistas y su amor por las jovencitas. ¿Acaso volvemos tan fácilmente al siglo diecinueve? Bien señalaba el artículo sobre Polanski lo peligroso que es dejar que el gusto se filtre a la justicia: si la justicia es ciega es porque un crimen sigue siendo criminal sin importar quién lo haya cometido. El sistema legal supone que alguien que nos cae mal tiene que cumplir con el mismo castigo que alguien que nos cae bien, y que la condena corresponde al crimen y no a qué tan simpática es la persona. Pero si es grave que perdonemos a Polanski (y a Allen, de ser culpable) sólo porque nos gusta su trabajo, es todavía más grave lo que propone el otro artículo. Si Woody Allen violó a su hija no cambia en nada la calidad de su obra. No quiero decir que no es grave: si lo hizo debe ser castigado legalmente. Ya la teoría literaria de los sesenta se encargó de un concepto ahora básico, el de la muerte del autor. Desde entonces hemos separado al autor de su obra, y poco importa quién escribió (o compuso, o pintó, o grabó) sino qué. La muerte del autor nos permite dejar de pensar que importa más el personaje que su trabajo. Creo yo, entonces, que poco importa si Allen es un pederasta a la hora de ver sus películas. Quizá más importante que el caso de Allen es el de Wagner, cuyas ideas fueron mal usadas para establecer la ideología nazi y por consiguiente los músicos judíos se rehúsan a estudiar su música (aunque sea importantísimo). Y como estos dos casos hay miles de personas que en la misma situación: obras que están vetadas porque tenemos algún problema moralino con la figura histórica del que la creó. Chinua Achebe, escritor nigeriano, tiene un ensayo llamado “An Image of Africa” donde ataca el Corazón de las tinieblas de Joseph Conrad porque éste es racista. Y claro que lo es, pues representa a los negros como figuras, no como personas, hechas a base de bocas y ojos. Recientemente, una amiga me dijo “¿Por qué estás leyendo Anna Karenina, esa novela horrible castigadora de mujeres?”. Creo que la falacia es la misma que el ataque a Wagner, aunque ahora está mejor fundamentada: no hay que ocuparse de una obra porque promueve ideas que nos son chocantes (en lugar de discriminar una obra por la mala conducta de su autor, la discriminamos por su contenido). A todo esto yo sólo puedo pensar en las palabras de Oscar Wilde. ¿Qué tiene que ver la moral con el arte? Yo creo, profundamente, que una novela buena está bien escrita sin importar qué “valor” promueve. Pienso en las palabras de Wilde y en la triste fortuna del propio escritor: estamos hablando de un hombre que terminó en la cárcel por ser homosexual. ¿Cómo podemos defender los valores en el arte si ni siquiera son absolutos? A la gente que hubiéramos metido a la cárcel junto con Wilde hoy en día le damos matrimonios civiles con derechos iguales a los de cualquier pareja. No estoy defendiendo la pederastia de Allen y Polanski, el machismo de Tolstoi o el racismo de Conrad diciendo “bueno, igual y en cincuenta años ya no son graves”. Estas cosas existen tanto en los autores como en sus obras, y son despreciables, y los tenemos que combatir ideológicamente. Pero ése no debe ser el criterio para ver sus películas o leer sus libros. A nivel personal cualquier criterio es válido para decidir en qué invertimos nuestro tiempo y dinero. Pero en otros niveles dejar de consumir autores u obras que no nos son gratas tiene un nombre: censura. Si la mujer del artículo de los pederastas tuviera suficiente poder legal, ¿qué la detendría de prohibir las películas de Woody Allen y la música de Elvis Presley? Si Achebe quiere señalarnos el racismo colonialista de Conrad, está muy bien y yo se lo agradezco profundamente porque me ha ayudado a leer toda la literatura pensando en cómo se representa al otro. Pero cuando dice “Conrad no puede ser bueno por ser racista” está cayendo en la misma falacia en la que caían los franquistas cuando censuraban libros no católicos; la diferencia está en que alguien como yo está más de acuerdo con la ideología de Achebe que con la de Franco.
Si la pregunta es “¿vas a ir a ver la nueva de Woody Allen a pesar de lo que le hizo a su hija?” la respuesta debe ser un rotundísimo “depende”. Depende si te gusta el tema, si tienes ganas de verla, si has escuchado cosas buenas o malas. Pero no debería depender del resultado de su juicio si éste se vuelve a abrir. Creo yo que todos deberíamos leer a Tolstoi y escuchar a Wagner porque sus obras son buenas. También creo que hay que hacerlo de manera crítica, observando los momentos en el que su discurso deja de ser ético, analizándolos para ver cómo funcionan y por qué no debemos estar de acuerdo con ellos. Pero sobre todo creo que hay que hacer que la censura se vuelva tan anticuada como el juicio de Wilde, porque creo firmemente que lo mejor que nos puede pasar en la vida es encontrarnos con gente (y entre ellos autores) que piensen distinto a nosotros porque en el fondo la pluralidad es buena.

Este artículo es producto de haber rumiado muchos artículos más. Si les interesa, dejo enlaces a los textos que me inspiraron (por desgracia todos están en inglés):

Sobre cómo se maltrata a las personas que admiten ser víctimas de abuso sexual: http://www.salon.com/2014/02/04/stephen_king_on_dylan_farrows_open_letter_theres_an_element_of_palpable_bitchery_there/

Sobre el caso Woody Allen en una cultura donde la violación no está mal vista: http://thenewinquiry.com/blogs/zunguzungu/woody-allens-good-name/

Para leer el ensayo de Chinua Achebe: http://wayanswardhani.lecture.ub.ac.id/files/2013/05/Achebe-1.pdf

(originalmente se publicó en Cuadrivio.net)